jueves, 31 de mayo de 2012

Échale humor y metáforas

En nuestro último Encuentro Literario en el Café Cósmico, jugamos a proponer nuevas definiciones lúdicas de la realidad cotidiana echándole humor y metáforas, esto es: greguerías. Nos adentramos en el fantástico universo del genial Ramón Gómez de la Serna y jugamos a completar sus greguerías escuchando sólo la primera mitad. Competimos con él y humildemente creo que muchas veces salimos ganando...


Con un pequeño espejo redondo en el bolsillo reflejo mis años de abundancia (Guille)
Con un pequeño espejo redondo en el bolsillo siempre te acompañará un viejo conocido (Adolfo)
Con un pequeño espejo redondo en el bolsillo, con uno grande en la suela del zapato, con uno enorme sobre la cabeza, es que solo hago que mirarte (Mayo Belzuz)
Con un pequeño espejo redondo en el bolsillo eres el impertinente de las emociones (Carlos)
Con un pequeño espejo redondo en el bolsillo puedes reflejar el suelo por el roto que no has cosido (David)
Con un pequeño espejo redondo en el bolsillo el niño se siente satélite del sol (Ramón Gómez de la Serna)


Las palabras son peces que van echando el anzuelo (Elena Arribas)
Las palabras son peces que dibujan ideales (Adolfo)
Las palabras son peces que fluyen de mi boca a tus oídos (Guille)
Las palabras son peces que boquean y revolotean en los oídos sordos hasta morir extenuados (Mayo Belzuz)
Las palabras son peces que pasan en hilera y que no necesitan agua sino papel (Ramón Gómez de la Serna)


El agua está tan desesperadamente mojada que escurre rayos de sed (Adolfo)
El agua está tan desesperadamente mojada que se inmola en su propio vapor (Mayo Belzuz)
El agua está tan desesperadamente mojada que huye por los ríos sacudiéndose los peces (Elena Arribas)
El agua está tan desesperadamente mojada que amamanta de sí misma (Carlos)
El agua está tan desesperadamente mojada como arrebatadoramente ansiosa está la arena de la playa (Elena Arribas)
El agua está tan desesperadamente mojada que se vuelve agresiva (Ramón Gómez de la Serna)


Poniendo el oído en un buzón postal, caracola maldita, escuchas tan solo silencio (Mayo Belzuz)
Poniendo el oído en un buzón postal se oye el tronar de la amistad (Adolfo)
Poniendo el oído en un buzón postal oigo lo que realmente dicen tus cartas (Guille)
Poniendo el oído en un buzón postal se oye discutir a las cartas de amor con las facturas (Elena Arribas)
Poniendo el oído en un buzón postal se escucha a las facturas gemir
Poniendo el oído en un buzón postal se oye un murmullo de adioses (Ramón Gómez de la Serna)


El que pasea por la playa borra las huellas del ayer (Adolfo)
El que pasea por la playa hunde sus huellas en el olvido (Mayo Belzuz)
El que pasea por la playa marca una senda irrepetible (Elena Arribas)
El que pasea por la playa solo necesita la brisa, el mar y sus pensamientos (Guille)
El que pasea por la playa tiende puentes levadizos
El que pasea por la playa esquiva guano de gaviota
El que pasea por la playa logra toda una edición de pisadas (Ramón Gómez de la Serna)


La sonrisa tiene “son” y sin embargo se despliega en el silencio (Carlos)
La sonrisa tiene “son” y sin embargo cuando ríes cantas (Guille)
La sonrisa tiene “son” y sin embargo sonrisa en mi boca no tiene ni ton ni son (Mayo Belzuz)
La sonrisa tiene “son” y sin embargo el dinero tiene “don” (Adolfo)
La sonrisa tiene “son” y sin embargo es la risa que no se oye (Ramón Gómez de la Serna)


Nadie ha podido parar con la mirada los dardos del corazón (Carlos)
Nadie ha podido parar con la mirada tus andares cuando andas coqueta por la calle (David)
Nadie ha podido parar con la mirada la bala que se dirigía hacia tus piernas (Guille)
Nadie ha podido parar con la mirada la infinita arena del reloj (Adolfo)
Nadie ha podido parar con la mirada la burla de su madre (Mayo Belzuz)
Nadie ha podido parar con la mirada la burla de su madre ni la indiferencia de su padre (Adolfo y Mayo Belzuz)
Nadie ha podido parar con la mirada una gota que iba a caerle en la nariz (Ramón Gómez de la Serna)


Días de lluvia: pasaban los reyes mojándose cual plebeyos (Guille)
Días de lluvia: pasaban los ojos en la ventana (Carlos)
Días de lluvia: pasaban los minutos tan deprisa, disfrutando en nuestro hogar de tu presencia (David)
Días de lluvia: pasaban los autos a toda prisa llenos de amantes secos que odian mojarse (Mayo Belzuz)
Días de lluvia: pasaban los tiempos de silencio (Adolfo)
Días de lluvia: pasaban los impermeables como algas marinas (Ramón Gómez de la Serna)

martes, 15 de mayo de 2012

Hacia delante y hacia atrás


Se puso esa mañana los tacones altos aunque no eran apropiados para ir a trabajar. Necesitaba sentirse más alta, necesitaba escuchar cómo sonaban sus pasos. Que cada golpe de tacón le diera fuerzas, le diera ánimos para avanzar. Para aparecer firme y poderosa ante él, que le esperaba donde siempre, caminando nervioso; dos pasitos hacia la izquierda, media vuelta, cuatro pasos hacia allá. Cuando ella llegó le pilló de espaldas, y le vio pequeño, insignificante, con los hombros encogidos, mirando al suelo, contando absurdamente sus pasitos hacia delante y hacia atrás. Nunca le había parecido tan poca cosa como aquella mañana. Viéndolo así, daban ganas de marcharse, pero en lugar de eso le tocó el hombro, le sonrió con todos los dientes, le cogió del brazo y así, sonrientes, se fueron juntos a pasear.
(Elena)

Un mundo mejor


Te odio. No vuelvas. No te atreves ni siquiera a mirar atrás. ¿Qué te has creído? Sí, macilentos, odiados, raquíticos de hambre, pero no de esperanza. Largo. La esperanza no se conquista a base de cañones. El futuro es obra de corazones que por no tener nada que perder, han decidido ganar en cada esquina.
La suciedad que tus ojos han visto es consecuencia de la ignominia a la que crees habernos sometido, despojado de honores y condecoraciones. ¡Ja! Hay peores hambres que la del caldo, hay peores chinches que las que roen mi colchón de madrugada.
¡Que te largues, coño! Podría matrte, levantar el arma y descerrajar un tiro en mitad de tu cabeza fascista. Pero hay algo que no pueden apresar ni tus tanques ni tu barbarie. Puedo matarte, sí, pero elijo que vivas. Para que recuerdes, durante el resto de los segundos de los meses de los años de tu mísera existencia, que un hombre que creíste pordiosero tuvo los cojones suficientes para decidir, libremente, construir un mundo mejor.
(Carlos)

Ya sé qué quiero ser de mayor


Hoy nos han hecho vestir bien y lucir bonitas.
El uniforme que sólo utilizamos cuando nos visita el cónsul o el embajador me estaba esperando al llegar a la escuela. Me gusta mucho porque está fresquito y huele muy bien. Pero esta vez no me pondré triste cuando me lo tenga que quitar, cuando el cónsul se vaya.
El director de la escuela nos ha dicho que hoy no nos castigará si lo manchamos porque dice que los señores que han venido a vv ernos no se enfadarán si nos manchamos. Son blancos aunque no parecen muy elegantes ni muy limpios. Viste como el uniforme que levamos nosotras a diario. Son graciosos porque no paran de sudar. El señor que nos hace fotos no para de resoplar y apartarse el pelo mojado de la cara. El otro señor que le acompaña, el de la libreta, nos habla aunque no le entiendo. Es inglés y aunque sé muchas cosas para hablar con los turistas, él dice cosas que no había escuchado nunca. La maestra nos ha contado que son periodistas muy importantes. Y bueno, he pensado que estaría bien ser periodista, como ellos, y poder ir a Inglaterra a fotografiar a niños con uniformes limpios.
(Vanesa)

El hombre diez


Diez. Diez por diez flexiones.
Diez por diez por diez abdominales
Diez levantamientos de pesas al cuadrado
Diez kilómetros corriendo cada día
Diez sesiones de spinning al mes
Diez calorías de desayuno, merienda y cena
Diez cenas sacrificadas por los pectorales
Diez noes a ir al cine por la marca en la cadera
Diez copas de menos en aquella noche diez.
El verano está a la vuelta de la esquina
y ella está de vuelta
de vuelta de su hombre diez
(Laura)

El mundo en sus brazos


Medir el mundo, eso hace. El hombre sin rostro lo abarca entero con los brazos. Los estira desde los hombros -son elásticos e increíblemente ágiles- y rodea la superficie de la tierra. Como no tiene boca, nadie puede ver que sonríe, y eso que lo hace achinando sus ojos invisibles. Tampoco hay nadie cerca que le diga “no lo hagas, no lo cojas así” y por eso él lo coge y lo pone del revés. “Ahora sí” se dice, como para adentro, el hombre sin rostro, sin mover la boca que no tiene. “Ahora sí”.
Y entonces, justo en ese instante, el cielo se llena de agua salada. Una superficie de plancton incandescente y el mar se cubre de pájaros buscando el sur. Las nubes ahora son arrecifes con formas de aves prehistóricos y un astronauta camina sobre la superficie de las olas. Justo entonces, eso es lo que ocurre. “Ahora sí”, vuelve a decir el hombre sin rostro. “Ahora yo seré el dueño de este mundo sin memoria” y al decirlo se queda quieto un momento; los zapatos llenos de agua salada, la habitación completamente húmeda.
(Patricia)

Lo he dejado


He dejado de fumar. Mi tos tan profunda y quejumbrosa como los recuerdos de las tardes en casa Pablo. Fumábamos mucho. También hablábamos de literatura, de política; parecía que podíamos arreglar el desorden humano con nuestras impertinentes frases. Mi marido, mi gran compañero, quizás era el más respetado. Hablaba con la voz de la experiencia, con la humildad del que ha conocido la penuria de la condición humana. He dejado de fumar por fin, de aspirar por la garganta el humo venenoso. He dejado de escuchar a Pablo, de desearle, de recordarle, de aspirar sus gestos, de admirar su figura recortada en el marco de la ventana iluminada por el sol de la tarde. He dejado de fumar. Lo juro. Lo he dejado.
(Mayo Belzuz)

miércoles, 9 de mayo de 2012

¿Qué te sugiere a ti?


La misma imagen, tantos matices... Cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre, así que una misma fotografía despierta en cada uno de nosotros infinitas sugerencias, disímiles, dispares, opuestas en muchos casos. Por eso mismo se producen los malentendidos, pero aquí utilizamos nuestros diferentes modos de sentir y de imaginar para hacer literatura. Aquí van los textos que escribimos en el último Encuentro Literario Cósmico a partir de esta imagen tomada de una revista. Esta foto, ¿qué te sugiere a ti?



Llevaba tres días encerrado en la planta 68 de aquel rascacielos de Chicago, en las oficinas de una compañía petrolífera. Por increíble que parezca, aún nadie le había descubierto. Cuando los trabajadores se iban a casa, a eso de las ocho, era el momento en que empezaba la diversión para él. Salía del cuarto que le servía de escondite, una especie de pequeño almacén que ya nadie utilizaba, y corría desnudo por los pasillos de moqueta gris. Había noches, incluso, que se meaba en los tiestos de las imponentes kentias mientras contemplaba, a través de los cristales, el cielo flotando sobre las calles atestadas de coches.

En ocasiones, también escribía frases obscenas en las puertas de los baños, y a veces, cambiaba papeles de sitio dentro de los archivadores. ¡Se sentía tan afortunado! Era el “guardián de la 68”, decía mirándose a los espejos en el servicio de señoras. Y al decir “sesenta y ocho” enseñaba unos dientes blanquísimos y después se pasaba la lengua por los labios.

Una de aquellas noches, descubrió un revolver en el cajón de la Señorita Smith, la secretaria del director. Y lo cierto es que, a partir de ese momento, todo fue distinto. Ya no se divertía cuando se quedaba solo. Ya no tenía ganas de hacer equilibrios sobre la mesa de reuniones, ni de pasar la lengua por la silla de cuero del vicepresidente. Ya no. En lo único que pensaba era en tener aquel revolver en las manos y sentir el roce de su empuñadura metálica en su piel.

Así pasaron días. Meses, tal vez. Y él ya no pudo aguantar la presión. Fue al almacén, se puso el traje de seda gris marengo que aún guardaba allí y se marcho de la planta 68, y del edificio, con el pequeño revolver en uno de los bolsillos del pantalón. “No debería haberlo cogido”, se dijo. “No debería haberlo hecho”, gritó mientras levantaba el arma y apuntaba a su propio reflejo de un escaparate de comida rápida.
(Patricia)

¡Prrrr, prrr.... buf, buf! No sé qué hacer la verdad. ¡prrr, prrr, buff, buah! Y qué hago ahora, estoy cansado, ya no se me ocurre una sola idea más. Sí, puede que mi trabajo penda de un hilo, uno repugnante y asqueroso, uno en el que tenga que informar sobre la extraordinaria tarde en la peluquería de Tita, Cutita o la Gran Putita, por no nombrar el reportaje de vida o muerte que todo el mundo está esperando, el bautizo del hijo de Tita, Conchita o qué sé yo. Hace una noche maravillosa, el frescor me recuerda a algo, quizás hay algo dentro de mí fresco aún, algo que no esté podrido. Me recuerda a lo que siento cuando escribo lo que experimento dentro de mi cuerpo. ¿Será que tengo alma? Ah, sí, pero también una gran hipoteca y esa sí sé perfectamente dónde está, así que mejor dejarme de tonterías, ¿por dónde iba? Ah, sí, por la boda de aquella ¿cómo se llama? Seguro que aunque acabe en ita, será sin lugar a dudas, la de un gran putón.
(Mayo Belzuz)


Lo peor es que ella no me cree.
Ella ha dejado de creer que llego tarde cada día porque tengo mucho trabajo. Ha dejado de creer que me quedo cada noche solo en esta mierda de oficina porque el estrés diario me tiene atascado y sólo pienso con claridad y soy productivo cuando únicamente se escucha el sonido de mi CPU.
Ella no se cree que prefiera trabajar aquí solo, cada noche, en vez de en la habitación de casa que hemos convertido en oficina por mi culpa.
La culpa de que no me crea supongo que la tengo yo... porque también me quedo atascado cuando intento explicarle que si la tengo cerca y ano puedo pensar ni ser productivo. Me quedo atascado cuando intento explicarle que si la tengo cerca ya no soy una mente que piensa sino un corazón que late.
(Vanesa)


El Ibex ha caído un diez por ciento
La prima de riesgo se dispara a mil
Los mercados han declarado la guerra y a mí solo me importa su olor a miel
sus labios imperfectos que me dicen “ven”
sus piernas mal cruzadas que no quiero ver
y ese lunar en el cuello que me hace caer,
caer por la curva de su hombro,
por el tacto de su piel,
en el hueco de su ombligo
en lo curvo de su pie
El Ibex ha caído un diez por ciento
y yo me hundo con él.
(Laura)


Ahí está otra vez el hombre frente a la ventana, siempre el último en irse del edificio. Parece que vive ahí. Que no tiene nada mejor que hacer que trabajar de madrugada. Se rasca la espalda a dos manos para destensar los músculos, mira hacia la calle para ver si llega el repartidor de comida china. Son los únicos minutos libres que se permite levantar la vista del ordenador. Siempre es como un reloj. Un día de estos me voy a plantar desnuda frente a la ventana a ver si me ve. A ver si se le ocurre algo mejor que hacer que quedarse trabajando hasta las tantas. Otro día, quizá. También puedo subir a decirle algo, de hecho podría subir ahora mismo que veo que acaba de encaramarse al alféizar de la ventana y veo que está dudando entre saltar y no saltar.
(Elena)


¿Cuál es el color de los sueños? ¿Cuál el material de las pasiones? ¿Adonde vas? Fugaces instantes apenas aprehendidos mientras como cada noche de los últimos dos meses, se rasca la cabeza pensativo, viendo alejarse por la calle, iluminada de farolas, el carmín que conforma sus sueños, el algodón distante que nutre sus pasiones, a medio levantar. Se aleja, como se aleja la esperanza de una cama compartida y una noche para dos. Sabe bien adónde va, a la seguridad encerrada de una alianza deslustrada. A los brazos tibios que no consiguen transmitir una dulzura apenas contenida. Tan solo medio minuto después del último suspiro, los tacones marcan el ritmo de la despedida en las aceras.
Adiós a la fiebre, adiós a las piernas enredadas entre la C de culpabilidad y la D de deseo. Hubo días que llegaron más allá, pero los comienzos no pueden repetirse. Cuando decidieron unir sus cuerpos por la lengua y por el sexo, como quinceañeros que roban tiempo al tiempo, se olvidaron de que ese archivador, como la vida, empieza por la A de amor
(Carlos)