miércoles, 9 de mayo de 2012

¿Qué te sugiere a ti?


La misma imagen, tantos matices... Cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre, así que una misma fotografía despierta en cada uno de nosotros infinitas sugerencias, disímiles, dispares, opuestas en muchos casos. Por eso mismo se producen los malentendidos, pero aquí utilizamos nuestros diferentes modos de sentir y de imaginar para hacer literatura. Aquí van los textos que escribimos en el último Encuentro Literario Cósmico a partir de esta imagen tomada de una revista. Esta foto, ¿qué te sugiere a ti?



Llevaba tres días encerrado en la planta 68 de aquel rascacielos de Chicago, en las oficinas de una compañía petrolífera. Por increíble que parezca, aún nadie le había descubierto. Cuando los trabajadores se iban a casa, a eso de las ocho, era el momento en que empezaba la diversión para él. Salía del cuarto que le servía de escondite, una especie de pequeño almacén que ya nadie utilizaba, y corría desnudo por los pasillos de moqueta gris. Había noches, incluso, que se meaba en los tiestos de las imponentes kentias mientras contemplaba, a través de los cristales, el cielo flotando sobre las calles atestadas de coches.

En ocasiones, también escribía frases obscenas en las puertas de los baños, y a veces, cambiaba papeles de sitio dentro de los archivadores. ¡Se sentía tan afortunado! Era el “guardián de la 68”, decía mirándose a los espejos en el servicio de señoras. Y al decir “sesenta y ocho” enseñaba unos dientes blanquísimos y después se pasaba la lengua por los labios.

Una de aquellas noches, descubrió un revolver en el cajón de la Señorita Smith, la secretaria del director. Y lo cierto es que, a partir de ese momento, todo fue distinto. Ya no se divertía cuando se quedaba solo. Ya no tenía ganas de hacer equilibrios sobre la mesa de reuniones, ni de pasar la lengua por la silla de cuero del vicepresidente. Ya no. En lo único que pensaba era en tener aquel revolver en las manos y sentir el roce de su empuñadura metálica en su piel.

Así pasaron días. Meses, tal vez. Y él ya no pudo aguantar la presión. Fue al almacén, se puso el traje de seda gris marengo que aún guardaba allí y se marcho de la planta 68, y del edificio, con el pequeño revolver en uno de los bolsillos del pantalón. “No debería haberlo cogido”, se dijo. “No debería haberlo hecho”, gritó mientras levantaba el arma y apuntaba a su propio reflejo de un escaparate de comida rápida.
(Patricia)

¡Prrrr, prrr.... buf, buf! No sé qué hacer la verdad. ¡prrr, prrr, buff, buah! Y qué hago ahora, estoy cansado, ya no se me ocurre una sola idea más. Sí, puede que mi trabajo penda de un hilo, uno repugnante y asqueroso, uno en el que tenga que informar sobre la extraordinaria tarde en la peluquería de Tita, Cutita o la Gran Putita, por no nombrar el reportaje de vida o muerte que todo el mundo está esperando, el bautizo del hijo de Tita, Conchita o qué sé yo. Hace una noche maravillosa, el frescor me recuerda a algo, quizás hay algo dentro de mí fresco aún, algo que no esté podrido. Me recuerda a lo que siento cuando escribo lo que experimento dentro de mi cuerpo. ¿Será que tengo alma? Ah, sí, pero también una gran hipoteca y esa sí sé perfectamente dónde está, así que mejor dejarme de tonterías, ¿por dónde iba? Ah, sí, por la boda de aquella ¿cómo se llama? Seguro que aunque acabe en ita, será sin lugar a dudas, la de un gran putón.
(Mayo Belzuz)


Lo peor es que ella no me cree.
Ella ha dejado de creer que llego tarde cada día porque tengo mucho trabajo. Ha dejado de creer que me quedo cada noche solo en esta mierda de oficina porque el estrés diario me tiene atascado y sólo pienso con claridad y soy productivo cuando únicamente se escucha el sonido de mi CPU.
Ella no se cree que prefiera trabajar aquí solo, cada noche, en vez de en la habitación de casa que hemos convertido en oficina por mi culpa.
La culpa de que no me crea supongo que la tengo yo... porque también me quedo atascado cuando intento explicarle que si la tengo cerca y ano puedo pensar ni ser productivo. Me quedo atascado cuando intento explicarle que si la tengo cerca ya no soy una mente que piensa sino un corazón que late.
(Vanesa)


El Ibex ha caído un diez por ciento
La prima de riesgo se dispara a mil
Los mercados han declarado la guerra y a mí solo me importa su olor a miel
sus labios imperfectos que me dicen “ven”
sus piernas mal cruzadas que no quiero ver
y ese lunar en el cuello que me hace caer,
caer por la curva de su hombro,
por el tacto de su piel,
en el hueco de su ombligo
en lo curvo de su pie
El Ibex ha caído un diez por ciento
y yo me hundo con él.
(Laura)


Ahí está otra vez el hombre frente a la ventana, siempre el último en irse del edificio. Parece que vive ahí. Que no tiene nada mejor que hacer que trabajar de madrugada. Se rasca la espalda a dos manos para destensar los músculos, mira hacia la calle para ver si llega el repartidor de comida china. Son los únicos minutos libres que se permite levantar la vista del ordenador. Siempre es como un reloj. Un día de estos me voy a plantar desnuda frente a la ventana a ver si me ve. A ver si se le ocurre algo mejor que hacer que quedarse trabajando hasta las tantas. Otro día, quizá. También puedo subir a decirle algo, de hecho podría subir ahora mismo que veo que acaba de encaramarse al alféizar de la ventana y veo que está dudando entre saltar y no saltar.
(Elena)


¿Cuál es el color de los sueños? ¿Cuál el material de las pasiones? ¿Adonde vas? Fugaces instantes apenas aprehendidos mientras como cada noche de los últimos dos meses, se rasca la cabeza pensativo, viendo alejarse por la calle, iluminada de farolas, el carmín que conforma sus sueños, el algodón distante que nutre sus pasiones, a medio levantar. Se aleja, como se aleja la esperanza de una cama compartida y una noche para dos. Sabe bien adónde va, a la seguridad encerrada de una alianza deslustrada. A los brazos tibios que no consiguen transmitir una dulzura apenas contenida. Tan solo medio minuto después del último suspiro, los tacones marcan el ritmo de la despedida en las aceras.
Adiós a la fiebre, adiós a las piernas enredadas entre la C de culpabilidad y la D de deseo. Hubo días que llegaron más allá, pero los comienzos no pueden repetirse. Cuando decidieron unir sus cuerpos por la lengua y por el sexo, como quinceañeros que roban tiempo al tiempo, se olvidaron de que ese archivador, como la vida, empieza por la A de amor
(Carlos)

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