Medir el mundo, eso hace. El hombre sin
rostro lo abarca entero con los brazos. Los estira desde los hombros
-son elásticos e increíblemente ágiles- y rodea la superficie de
la tierra. Como no tiene boca, nadie puede ver que sonríe, y eso que
lo hace achinando sus ojos invisibles. Tampoco hay nadie cerca que le
diga “no lo hagas, no lo cojas así” y por eso él lo coge y lo
pone del revés. “Ahora sí” se dice, como para adentro, el
hombre sin rostro, sin mover la boca que no tiene. “Ahora sí”.
Y entonces, justo en ese instante, el
cielo se llena de agua salada. Una superficie de plancton
incandescente y el mar se cubre de pájaros buscando el sur. Las
nubes ahora son arrecifes con formas de aves prehistóricos y un
astronauta camina sobre la superficie de las olas. Justo entonces,
eso es lo que ocurre. “Ahora sí”, vuelve a decir el hombre sin
rostro. “Ahora yo seré el dueño de este mundo sin memoria” y al
decirlo se queda quieto un momento; los zapatos llenos de agua
salada, la habitación completamente húmeda.
(Patricia)
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